La inteligencia artificial (IA) ha transformado la manera en que interactuamos con la tecnología y ha abierto puertas a una multitud de posibilidades, desde mejorar la atención sanitaria hasta optimizar procesos en diversas industrias. Sin embargo, muchas veces pensamos en la IA como un concepto abstracto, casi etéreo, que flota en la nube digital.
Pero, más allá de su representación virtual, hay una realidad tangible que se esconde detrás: servidores, chips, centros de datos, y, sobre todo, un consumo de energía que resulta alarmante.
El impacto medioambiental de la inteligencia artificial es enorme y, a diferencia de fenómenos como las criptomonedas que enriquecen a unos pocos en detrimento del medio ambiente, la IA podría ofrecer beneficios substanciales a la humanidad si se implementa de manera consciente.
¡Inteligencia Artificial más allá de lo digital!
Este tema va más allá de simplemente medir el consumo de energía; se trata de comprender cómo nuestras acciones tienen repercusiones en el planeta.
Las Naciones Unidas han comenzado a evaluar este impacto. En su informe, titulado “¿Cuánta energía necesita la IA?”, se plantea un enfoque holístico que incluye tanto el hardware como el software.
Es fundamental reconocer que el ciclo de vida de estos elementos no se limita al uso de electricidad y agua, sino que abarca todo el proceso desde la extracción de materia prima hasta el desecho final de los productos electrónicos.
Para ponerlo en perspectiva, cuando hablamos del ciclo de vida del hardware, estamos considerando la complejidad de extraer recursos como minerales, la manufactura, y la logística involucrada en la creación y el funcionamiento de los centros de datos.
¿Conocías la cadena de consumo intensivo que impacta directamente al planeta?
Cada kilograma de hardware puede requerir cientos de kilos de materias primas, lo que pone de manifiesto la pesada huella ecológica que deja la tecnología que damos por sentada.
Respecto al software, se debe considerar un proceso igualmente intenso y largo, que inicia con la recolección y preparación de datos. Cada fase en la creación y mantenimiento de modelos de inteligencia artificial consume recursos, y esto a menudo es subestimado.
Las cifras superan cualquier estimado
Los efectos sobre el medioambiente son directamente visibles a través de las emisiones de gases de efecto invernadero, el uso de agua, y la generación de residuos electrónicos, que pueden incluir sustancias tóxicas como el plomo y el mercurio.
Se estima que la demanda global de IA requerirá entre 4.200 y 6.600 millones de metros cúbicos de agua para el año 2027: una cifra que sobrepasaría el total de consumo de agua de países enteros, como Dinamarca.
¿Sabías todo lo que consume una sola búsqueda de ChatGPT?
Un dato que resulta impactante es que una sola solicitud a ChatGPT consume diez veces más electricidad que realizar una búsqueda típica en Google. A pesar de que, en 2021, el uso de IA representaba menos del 0,2% del consumo global de electricidad, este porcentaje ha ido creciendo de forma exponencial, lo que nos coloca ante la imperiosa necesidad de actuar.
Frente a este panorama, la forma en que gestionamos la energía generada por la IA es crucial. Desde 2012, la cifra de centros de datos ha aumentado de 500.000 a cruelmente 8 millones en la actualidad, y las proyecciones son preocupantes.
En Irlanda, por ejemplo, el consumo eléctrico de estos centros alcanzó el 17% de la electricidad total en 2022, y si la tendencia continúa, podría escalar al 34% en un plazo corto.
¡La inteligencia artificial no desaparecerá!
La inteligencia artificial no desaparecerá, y, por tanto, nuestra respuesta debe ser implementar energías renovables en su funcionamiento y emplear la propia IA para optimizar la utilización de recursos, buscando maneras de mitigar su impacto.
Estudios han demostrado que modelos de lenguaje pueden ayudar a afinar algoritmos de consumo energético, mejorando la distribución de recursos. Sin embargo, esto requiere un compromiso serio por parte de las empresas tecnológicas para priorizar la sostenibilidad en sus prácticas.
En última instancia, ser conscientes del impacto de la IA en nuestro medioambiente no solo es un imperativo, sino una responsabilidad compartida. Si queremos aprovechar las ventajas de esta poderosa herramienta, debemos hacerlo de modo que respete y proteja nuestro planeta para las generaciones futuras.